A lo largo de la
historia, nuestra lengua se ha ido enriqueciendo con palabras procedentes de
otras lenguas o extranjerismos. Estas se van incorporando al léxico español e
incluso castellanizando al presentar una adaptación gráfica o de pronunciación
relacionadas con el sistema español, como disyóquey, fan o chat. Dada
la fuerte inserción de extranjerismos, en el español actual, no resulta raro
tener dudas acerca de su escritura, pronunciación, y sobre sus respectivas
variaciones gramaticales de número.
El extranjerismo es un
tipo de neologismo puesto que se trata de una «voz que no ha sido empleada
antes en la lengua», como lo entiende M. Alvar Ezquerra (1994), o, como se
define en el Diccionario de Lingüística de J. Dubois, es una palabra de
creación reciente o recientemente tomada de otra lengua. (Humberto Hernández, 2005,p.372)
El concepto de
extranjerismo puede ser coincidente con el de préstamo, aunque suele identificarse
sobre todo con uno de sus tipos, el cenismo, que es el extranjerismo que
conserva su grafía original. También, desde otra perspectiva, coincide con el
denominado barbarismo, que se define como el «extranjerismo no incorporado
totalmente en el idioma» (Humberto Hernández, 2005, p.372)
La llegada de
extranjerismos no es un hecho nuevo en la historia de las lenguas, ni debe
entenderse como un fenómeno negativo con capacidad para adulterar su original
naturaleza; si bien, reconocer la evidencia del secular intercambio lingüístico
no debe ser un pretexto para justificar la laxitud y la anarquía que a veces
observamos y que podría conducir a una indeseada fragmentación (Humberto Hernández, 2005, p.373)
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